miércoles, 4 de mayo de 2022

Ellas.

20 de febrero.


Siempre he sentido fascinación por las grullas. Esas viajeras incansables que año tras año recorren miles de kilómetros, de norte a sur y de sur a norte, pintando de motas negras nuestros cielos en los márgenes del invierno. Hoy, rodeada de encinas y robles dormidos, mi cuerpo me pedía con ansia la primavera, el brotar de los árboles, las hojas nuevas, el verde tierno del bosque, el olor a vida nueva. Sin creer en el destino, de vuelta a casa, he vislumbrado a mis queridas grullas y mi camino en coche se ha ido acercando a ellas, hasta tenerlas justo encima y volar casi con ellas. Murmuraban que el frío se acaba, que la primavera ya llega.




sábado, 20 de febrero de 2021

Sábado

Sábado, 20 de febrero de 2021.

Los cerezos comienzan a despertar despacio, a ritmo lento algunos, con más prisa otros, dejando a los delicados capullos ver la luz invernal pero cálida del mes de febrero. Capullos rosados maduros que se entreabren mostrando el color de sus pétalos. Pétalos que formarán flores, flores que crearán nubes de algodón y de azúcar que endulzarán unos días la gris ciudad.

Y yo me pregunto si la gente, la gente al pasar se da cuenta de que los cerezos y almendros ya están en flor.



lunes, 4 de abril de 2016

Sakura, cerezos en flor


Estas últimas semanas nos ha dado en casa por ver películas japonesas. 

Empecé yo yendo al cine a ver Nuestra hermana pequeña, película del director Hirokazu Koreeda, que todavía está en las salas.
Hace dos años tuve la oportunidad de ver en versión original su anterior película, De tal padre tal hijo (2013), con la que quedé fascinada por su manera de retratar las relaciones entre dos familias opuestas japonesas tras su repentino cruce de caminos, debido a un fallo en el hospital cuando sus hijos nacieron.

Como decía, tras ver la última película de Koreeda continuamos en casa nuestra incursión por Japón. Primero fue Una pastelería en Tokio (2015), de la directora Naomi Kawase. Esta experiencia fue más allá, ya que el filme consiguió atraparme desde el principio y conmoverme. Pocas veces podemos decir que una película nos ha conmovido, pero cuando una lo hace, esta nos acompaña a lo largo de las horas en nuestra mente y en nuestro interior. Y nos cambia.
Y es que Naomi Kawase logra captar la belleza de la manera más simple y natural, mostrando y narrando la vida, los sentimientos de unos personajes que consiguen despertar tu simpatía en minutos. La directora recoge sentimientos y un respeto y admiración hacia la naturaleza que me fascinan.

Ayer vi Una familia de Tokio (2013), de Yôji Yamada, que retrata la relación de una pareja de ancianos con todos sus hijos, afincados en Tokio. 

Todas las películas van en la misma línea, con un ritmo lento y sobre todo, con un guion que nada tiene de extraordinario –no puedes contar en cuatro frases en qué consiste la película porque lo importante no es lo que pasa, sino lo que se ve– . Precisamente relatando lo esencial y cotidiano consiguen crear esa belleza.

Gracias a todas ellas he conocido a grandes rasgos cómo es la vida en Japón, cómo son sus gentes y, sobre todo, sus costumbres, sus relaciones, su manera de ver la vida y de relacionarse con la naturaleza.
Dejando al margen rasgos de machismo, que según parece son propios de este país, creo que tenemos mucho que aprender de esta sociedad, o más bien de la tradicional
sociedad japonesa, representada sobre todo por los personajes más ancianos. Son estos los más sabios y sensibles. Aún y todo, en la mayoría de estas películas les siguen sus pasos los personajes más jóvenes, dando un toque de esperanza y continuidad a esta concepción de la vida ecologista y respetuosa con lo que viene en la vida, y con lo que se va.

Son películas que, con su sutileza y sensibilidad, hacen que te replantees la vida, y que quieras ser mejor.

Queda pendiente un viaje a Japón.


Poesía.




domingo, 13 de marzo de 2016

Melancolía


–Hace unos meses escribí unas reflexiones que guardé y olvidé. Hoy me he acordado de ellas y he decidido publicarlas aquí. Las escribí al finalizar el año 2015. –

Un día te pones a pensar, a raíz de una fotografía o un viejo mensaje, en tu vida hace tres o cuatro años. Recuerdas pequeños momentos, emociones, ilusiones, que se han ido por completo de tu yo actual. Piensas sobre todo, en aquellas personas que te acompañaban, que te fueron descubriendo la vida: la amistad, el compañerismo, el amor, la alegría. Personas que siguen en tu vida, y muchas que ya no lo están. Recuerdas con tristeza, con melancolía esos momentos. Porque ya no volverán. Incluso comienzas a ver, una a una, las fotos de esos años, que te transportan con poco esfuerzo a aquellas tardes, aquellos veranos, aquellas cenas y fiestas. El miedo llega cuando te das cuenta de lo feliz que eras, de lo bonita que fue esa etapa, de lo maravillosamente bien que te hacían sentir todas esas personas. Pero efectivamente, eso ya pasó. Piensas también que tu vida podría ser muy distinta a lo que es ahora. Tomaste muchas decisiones, tomaste caminos que te llevaron a lo que eres ahora. ¿Fue la decisión correcta? ¿Cómo sería yo ahora si no hubiera hecho esto sino lo otro? Respuestas que nadie va a poder contestar.

Te preguntas si, dentro de dos años, recordarás la vida que estás llevando ahora, tu vida, con ese mismo sentimiento que tengo yo con la mía de hace unos años. Era feliz, lo fui, y mucho.
¿Recordaré en 2017 el año 2015 con esa melancolía y esa certeza de que fui feliz?

Siempre he pensado que la felicidad es un recuerdo. No eres capaz de sentirla en el momento, sino que te embarga cuando recuerdas aquellos momentos de tu vida verdaderamente buenos. El presente está lleno de preocupaciones, de miedos, de indecisiones y de inseguridades. Quizás son las cosas que te impiden darte cuenta de la famosa felicidad en ese mismo momento. Pero, afortunadamente, lo bueno siempre queda en la memoria.

 

martes, 1 de diciembre de 2015

Diciembre


Empieza diciembre y aprovecho para escribir mi primera entrada larga. Y lo hago nombrando a la persona por la que estoy aquí, a “una de tantas”, a mi amiga Irene, que me ha animado (y ayudado) a meterme en este mundo de los blogs. La verdad es que lo llevaba pensando desde hace tiempo. Tantos pensamientos por mi mente, algún que otro apunte antes de dormir… ¿por qué no crearme un blog? Eso no es para mí, pensaba… pero nunca digas nunca.

Y para romper el hielo, me he apuntado a la iniciativa de Irene y de muchos otros, que consiste en recapacitar y pensar en las 50 cosas que te hacen feliz, o que te ponen una sonrisa en los momentos tristes, o que, simplemente, hacen que la vida tenga sentido. Porque aunque haya días que abramos los periódicos y pensemos aquello que dice Mafalda de “paren el mundo que yo me bajo” –últimamente me pasa bastante, por cierto–, aunque haya días en los que nos levantemos con mal pie y todo nos salga mal… siempre hay que ver el lado bonito de esta vida.


Estas son mis 50 razones…

1. Las sonrisas de desconocidos
2. Los besos en la frente
3. Las comidas en familia
4. Los viajes



5. Mi Erasmus
6. El arroz con verduras de mi madre
7. Encender la chimenea en invierno
8. Las hojas en otoño
9. Las charlas en francés
10. El monte con mis padres
11. Las noches de verano calurosas
12. Los baños improvisados en octubre en el mar


13. Las películas en el cine
14. San Sebastián
15. Las cenas con amigos
16. Las siestas
17. El chocolate caliente


18. Los mensajes de mi hermana diciéndome que me echa de menos
19. Los ataques de risa que hacen llorar
20. Su voz
21. Los atardeceres
22. Las grullas migrando al sur
23. Gritar como nunca en los conciertos
24. La primavera
25. Andar en long




26. Cuando nieva
27. McEnroe
28. Ir a museos de arte contemporáneo
29. Los vestidos
30. Los nervios antes de tocar con la orquesta
31. Jugar a ser niña otra vez
32. La canción Taberneros de Nacho Vegas
33. Descubrir un grupo de música
34. Las conversaciones con amigas que te hacen perder la noción del tiempo
35. Los jerséis gordos
36. Visitar a mi madre a su consulta
37. Dar vueltas sobre mí misma hasta marearme
38. Ver las estrellas en mitad del Pirineo


39. La emoción de un niño por cualquier cosa
40. Los reencuentros
41. Las fotos de cuando era niña
42. El mundo paralelo que crea mi mente cuando leo un libro que me fascina
43. Los hayedos


44. Tocarme las puntas cuando me acabo de cortar el pelo
45. Sentir las lágrimas saladas en los labios
46. Ver gestos de solidaridad en gente desconocida
47. Los mensajes inesperados
48. Los burros
49. El olor a madreselva
50. Las flores silvestres



Algunas son detalles, otras momentos con personas importantes, sorpresas y acontecimientos que ocurren de vez en cuando, miradas, gestos, la naturaleza. Son las cosas que me gustan.

Podría seguir y seguir...

¿Te animas a buscar tus 50 razones?

Feliz mes de diciembre.


viernes, 27 de noviembre de 2015

Une fleur entre des fleurs.

Eso es lo que me dijo una mujer, un caluroso y soleado día de mayo, en una floristería callejera en el centro de una bella ciudad del norte de Francia.

Bonita frase para nombrar un espacio en el que, de vez en cuando, voy a plasmar aquello que siento, pienso y reflexiono. Un espacio sobre todo para mí misma, pero también para aquel que llegue aquí por casualidad.

Et voilà...

allá voy.