Estas últimas semanas nos ha dado en casa por ver películas
japonesas.
Empecé yo yendo al cine a ver Nuestra
hermana pequeña, película del director Hirokazu Koreeda, que todavía está en
las salas.
Hace dos años tuve la oportunidad de ver en versión original su anterior película, De tal padre tal hijo (2013), con la que quedé fascinada por su manera de retratar las relaciones entre dos familias opuestas japonesas tras su repentino cruce de caminos, debido a un fallo en el hospital cuando sus hijos nacieron.
Hace dos años tuve la oportunidad de ver en versión original su anterior película, De tal padre tal hijo (2013), con la que quedé fascinada por su manera de retratar las relaciones entre dos familias opuestas japonesas tras su repentino cruce de caminos, debido a un fallo en el hospital cuando sus hijos nacieron.
Como decía, tras ver la última película de Koreeda
continuamos en casa nuestra incursión por Japón. Primero fue Una pastelería en Tokio (2015), de la directora
Naomi Kawase. Esta experiencia fue más allá, ya que el filme consiguió
atraparme desde el principio y conmoverme. Pocas veces podemos decir que una
película nos ha conmovido, pero cuando una lo hace, esta nos acompaña a lo largo
de las horas en nuestra mente y en nuestro interior. Y nos cambia.
Y es que Naomi Kawase logra captar la belleza de la manera
más simple y natural, mostrando y narrando la vida, los sentimientos de unos
personajes que consiguen despertar tu simpatía en minutos. La directora recoge
sentimientos y un respeto y admiración hacia la naturaleza que me fascinan.
Ayer vi Una familia de
Tokio (2013), de Yôji Yamada, que retrata la relación de una pareja de
ancianos con todos sus hijos, afincados en Tokio.
Todas las películas van en la misma línea, con un ritmo
lento y sobre todo, con un guion que nada tiene de extraordinario –no puedes contar en cuatro frases en qué consiste la película porque lo importante no es lo que pasa, sino lo que se ve– . Precisamente
relatando lo esencial y cotidiano consiguen crear esa belleza.
Gracias a todas ellas he conocido a grandes rasgos cómo es
la vida en Japón, cómo son sus gentes y, sobre todo, sus costumbres, sus
relaciones, su manera de ver la vida y de relacionarse con la naturaleza.
Dejando al margen rasgos de machismo, que según parece son
propios de este país, creo que tenemos mucho que aprender de esta sociedad, o
más bien de la tradicional
sociedad japonesa, representada sobre todo por los
personajes más ancianos. Son estos los más sabios y sensibles. Aún y todo, en
la mayoría de estas películas les siguen sus pasos los personajes más jóvenes,
dando un toque de esperanza y continuidad a esta concepción de la vida
ecologista y respetuosa con lo que viene en la vida, y con lo que se va.
Son películas que, con su sutileza y sensibilidad, hacen que te
replantees la vida, y que quieras ser mejor.
Queda pendiente un viaje a Japón.
Poesía.